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Go real slow, you’ll like it more and more…*

Si me preguntas cual es una de mis debilidades como profesional te respondería – luego de pensar como darle un spin constructivo – que soy una persona impaciente y como tal esperar me saca de mis cabales.  Algunos me tildarían “ambiciosa” y no impaciente, siendo que trabajo con un gran sentido de urgencia (solo observa lo rápido que camino) y busco alcanzar mas en el menor tiempo posible.

Después de varios años de andar a mil en mi vida laboral, entiendo que mi impaciencia nace de mi falta de confiar en los procesos.  Piensa en lo siguiente.  Cuando las cosas se dan con poca espera, comprueban su viabilidad de manera instantánea.  No es necesario confiar.  Cuando no se dan al instante, exigen que uno confíe, y hasta cierto punto tenga visión para entender que aunque no se han dado enseguida, una vez pasen por el proceso requerido, se darán.

Es decir, existe un mundo de diferencia entre que algo se demore y que algo se tome el debido tiempo para gestarse, para transformarse y pasar de ser una idea, de ser nada tangible, a ser algo – sea ese algo un producto, un objeto y demás.

Aireo mi debilidad en publico mas que todo porque se que no estoy sola con mi necesidad del ahora, la cual equivalgo a una falta de confianza en los procesos.  Mi búsqueda de soluciones empieza esta vez por entender la causa – la cual encontré en la nevera de verduras congeladas del supermercado de mi vecindario.

Observando las verduras congeladas, perfectamente cortaditas y empacadas en bolsas plásticas coloridas y brillantes entendí que vivimos en un mundo removido de los procesos.  Esos trocitos perfectos anaranjados de zanahoria congelados no dan evidencia alguna que salieron de la tierra.  La persona que no indaga mas podría pensar que las zanahorias son hechas por una maquina – y no que son un tubérculo que se toman su tiempo en crecer. Ni hablar de la maquina dispensadora de botellas de agua.

No es solo la comida y el agua que consumimos que tiende a no tener evidencia del proceso que pasa antes de llegar a nosotros – los consumidores.  Las blusas en un almacén no tienen rastro alguno de la destreza que tienen las manos que las cosieron.  Y mucho menos los carros que manejamos no nos dejan ver que esa maquina, a la cual le confiamos a nuestros seres queridos a altas velocidades, inició como una idea en la mente de una ingeniera – que luego trazo un bosquejo, muy posiblemente en la parte de atrás de una servilleta.

Simplemente vivimos en un mundo rodeados de productos terminados, donde pocas veces tenemos la oportunidad de evidenciar los pasos por los que pasan las cosas a nuestro alrededor antes de llegar a ser lo que son.  Aunque parecería poca cosa, en muchas formas esto fomenta una creencia colectiva que el producto terminado aparece por magia – sin nuestro esfuerzo, ni involucramiento.  Al mirar las verduras congeladas, empacadas en bolsas plásticas (sin trazos de tierra), las blusas nítidamente colgadas en un almacén y el carro brillante en un showroom, parecería que las cosas a nuestro alrededor no tienen una historia – simplemente aparecen – ¡voila!

Y eso es exactamente lo que esperamos en nuestro día a día. Que las cosas se den al instante.  Tal como sale una botella de agua cuando metemos 2000 pesos en la rendija de la maquina dispensadora.

Esto me da a entender que el mundo a mí alrededor me ha condicionado a ser impaciente – a esperar que las cosas sean para ya.  Es decir, la impaciencia no es parte de mi ADN – es algo que aprendí.  Y como tal puedo desaprender. (Uy que alivio)

Y bueno, ¿de donde nace mi afán de no ser tan afanada?

Mi cerebro hizo clic la semana pasada mientras veía la exposición del escultor Romano Barroco Gian Lorenzo Bernini (1598-1680) en el Metropolitan Museum of Art (el Met) en Nueva York.  Me movió internamente ver sus bosquejos y sus esculturas en proceso – mucho más que sus obras terminadas.  Sentí que a sus obras terminadas les faltaba algo – más que todo evidencia del proceso por el cual habían pasado.  Estas ya no tenían marcas tan visibles de los movimientos del escultor, de su proceso de pensamiento.  Sus obras en proceso si.  Me dejaron sentir la respiración del escultor.  Siendo sin duda mucho más bellas, más poéticas, y en últimas más humanas.

Esa tarde en el Met entendí que por andar con afán, por esperar las cosas ya (o antes de ayer), a mi propia vida laboral le faltaba ese algo.  Aun después de casi 15 años de andar con el acelerador al máximo, se que puedo desaprender a lo que me condicionó el mundo industrializado, de producción masiva y automática.  Y mas que todo recobrar la historia – y la paciencia.

Para nada estoy diciendo que mi meta es irme al otro extremo y tornarme en la tortuga de la fabula.  Mas bien invito a todos los que hemos crecido en el mundo fast a pausar (así sea unos segundos) y repensar nuestro modus operandi. Es una invitación a tener el coraje para mirar a los ojos la razón real por la cual andamos a la velocidad que andamos.  ¿Cual es nuestra motivación?  ¿Es alcanzar más en menos tiempo?  ¿O es que no sabemos la diferencia entre cuando algo se demora y cuando algo se toma el tiempo que requiere para   transformarse de la nada a algo?

Buena semana.

 

*Frase de una de mis canciones preferidas de The Doors.

¿Te gusta la foto?  Es gracias al stroboscopio inventado por Harold Edgerton en 1931.